Influenza A (H1N1)

Por: Agustín Madrigal.

el virus antisocial y contracultural.


Guadalajara, Jal. y Cualquier otra parte de la República.Los rostros de la gente que camina por las calles de Guadalajara recuerdan aquel célebre título de la novela de Manuel Puig, Boquitas pintadas. No es coquetería, sin embargo, lo que viste los rostros de los tapatíos: es el cubrebocas, esterilizado artículo de moda, el que decorado de múltiples y muy originales formas, según lo cree adecuado su portador, da a los rostros de los pobladores de nuestra occidental ciudad un aire pintoresco.

La aparición de los tres primeros casos de influenza tipo A/H1N1, confirmados hace unas semanas por el gobernador de Jalisco, desataron en los habitantes de nuestra localidad una mezcla de sentimientos tan polarizados como expresivos: de la preocupación al total desinterés (“Total”, decía una entrevistada hace algunos días, “de algo nos vamos a morir, ¿para qué cuidarnos de los virus?”), de la consternación al fastidio, ningún tapatío está exento de vivir la experiencia en torno a la emergencia sanitaria.
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Comentarios hay muchos. Se dejan escuchar por debajo de los cubrebocas: un restaurantero local acusa al gobierno del Estado de buscar la caída de sus negocios para luego ofrecerles créditos impagables; un ama de casa se queja de no tener dónde dejar a sus hijos al ir a trabajar, esto después de que la Secretaría de Educación Jalisco acatara las consideraciones de la SEP de suspender clases hasta el 18 de mayo; un vendedor al detalle de un concurrido centro comercial, asegura no haber tenido “un peso de venta” en lo que va de la quincena; los jóvenes estudiantes de bachillerato y universidad se quejan que no hay lugar a dónde ir, sin museos, galerías, cines ni lugares de esparcimiento funcionando.

Así las cosas, Guadalajara pierde dos semanas de vida cultural. El Festival de Mayo, cuyo país invitado de honor, Japón, había preparado para los asistentes al evento un muestreo dadivoso de su bastísima riqueza cultural, ha cancelado gran parte de sus eventos, y reubicado en fechas –la mayor parte de ellas desconocidas- otros tantos. En cuanto a los eventos privados, no hay excepción: OCESA ha cancelado todos sus eventos del mes en los auditorios de la ciudad, y organizadores como los del Auditorio Telmex han pospuesto hasta junio y julio los conciertos y presentaciones artísticas programadas.

No hay cines, bares, antros, centros botaderos ni restaurantes, al menos en Guadalajara. Los otros municipios que forman la zona urbana, Zapopan, Tlaquepaque y Tonalá, aunque no oficializaron la medida sanitaria de cerrar todo centro de reunión, sí han visto mermada la asistencia poblacional a los mismos. A la influenza, entonces, habrá que sumarle la crisis económica que azota los bolsillos de los tapatíos: el calvario obliga, a todas luces, a permanecer en casa y guardar dinero, tiempo y esfuerzo.

Guadalajara pierde negocios, recursos en la industria privada y ánimos de salir adelante. Los pobladores siguen trabajando, pero cada vez se gana menos, y el fantasma del desempleo ronda ya incluso a las representantes de las grandes transnacionales que, afincadas en la Zona Metropolitana de la ciudad, han estado pensando en recortes de personal y presupuesto.

Sin convivencia social, sin cultura y sin consumo, hay poco qué reportar. Las sonrisas burlonas de los tapabocas pintados forman, hoy por hoy, lo más cercano a una galería artística, a un evento cultural. No asistimos a la caída de una civilización, pero sí al surgimiento de un nuevo estilo de graffiti cuyo medio de expresión es un simple pedazo de tela esterilizada pintada con plumón lavable. Ahora hay que caer en cuenta: parece que hasta el tapabocas, nuestra única obra de arte al alcance, vive en la crisis.

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