
Nací en 1972. Cuando era niña crecí escuchando a mis tíos, a mis abuelos, a mi madre y muy particularmente a mi padre hablar de 1968. Todo el mundo a mi alrededor hablaba de ‘eso’ y sin embargo era tabú. Se murmuraba sobre ‘Los halcones‘, sobre Echeverría, sobre el ejército, sobre los muertos de Tlatelolco. Todo en voz bajita, cerrando las ventanas y sin demostrar mucha expresión. Yo crecí con esos con esos nombres: Gutiérrez Barrios, el jefe de la policía; Díaz Ordaz, el presidente asesino; Echeverría, el brazo ejecutor. Todas las conversaciones llevaban a eso. Para mí esos nombres eran más bien lugares comunes, pues no alcanzaba a comprender lo que realmente significaban, ni el por qué guardar silencio y sólo pronunciarlos en casa, a oscuras, entre dientes.
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Crecí. Eran años particularmente violentos en mi pueblo. Que si los guerrilleros habían secuestrado a un empresario; que si la guerrilla llegaba hasta Nicaragua, pasando por El Salvador y Guatemala; que ahora sí las cosas se iban a poner feas. Mi abuela juzgaba a la juventud de irresponsables y rijosos, insistiendo que ese no era el ejemplo recibido de su generación. Mi abuelo recordaba con nostalgia a su patria, España, y se revolvía en su condición de refugiado anarquista. Mi padre había desaparecido y mi madre se la pasaba haciendo callar a todo aquel tratara de hablar de ‘El 68′. Uno podía gritar a voz en cuello cualquier majadería pero decir ‘El 68′ era casi un pecado, una blasfemia.
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Crecí. Eran años particularmente violentos en mi pueblo. Que si los guerrilleros habían secuestrado a un empresario; que si la guerrilla llegaba hasta Nicaragua, pasando por El Salvador y Guatemala; que ahora sí las cosas se iban a poner feas. Mi abuela juzgaba a la juventud de irresponsables y rijosos, insistiendo que ese no era el ejemplo recibido de su generación. Mi abuelo recordaba con nostalgia a su patria, España, y se revolvía en su condición de refugiado anarquista. Mi padre había desaparecido y mi madre se la pasaba haciendo callar a todo aquel tratara de hablar de ‘El 68′. Uno podía gritar a voz en cuello cualquier majadería pero decir ‘El 68′ era casi un pecado, una blasfemia.
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1 comentario:
Muy buena entrada, tengo 16 y con la época de Faudelecciones me estoy interesando más por la historia del país.
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